domingo, 16 de diciembre de 2018

Un corazón quemado, un corazón renovado.


El jueves me practicaron una ablación cardíaca y hoy he podido agacharme a poner agua a los gatos sin miedo a sufrir una arritmia.


Todo empezó hace algo más de un año, aunque su origen se remonta a la adolescencia.
Empecemos por el principio. Hasta el año pasado creía que todo el mundo sufría arritmias, que era algo normal, pero mi cardióloga me aclaró que no, que eso no era normal. Hasta donde puedo recordar, tuve mi primera arritmia sobre los 13 años. Recuerdo la sensación de perder el conocimiento y de repente como el corazón se aceleraba, quedándome en la cama de mis padres, esperando a que acabase como empezó, súbitamente.
El problema es que esta clase de arritmias las acababa confundiendo con las que van aumentando poco a poco, las de miedo escénico, las de ansiedad, pero no, por las que han tenido que intervenirme son unas que aparecen súbitamente y han llegado a ponerme el corazón a más de 250 pulsaciones por minuto.
El problema viene cuando los propios médicos te tratan de histérica, ansiosa, menstrual….anda, como se nos ve a las mujeres desde el prisma machista.
Pero volvamos a la historia de las arritmias y entenderéis porqué he dicho esto.
Pasaron los años y desaparecieron, hasta la veintena que volvieron a dar la cara. Como no era capaz de controlar el ritmo de mi corazón, fui a urgencias, llevaba más de 30 minutos con el corazón aceleradísimo. Y allí el buen doctor de guardia me dijo, ¿has discutido con el novio?. Y se quedó tan contento.
Ansiosa, histérica, otra vez….y la verdad es que sí hay ansiedad, pero después de sufrir una arritmia de ese tipo, tienes miedo a que vuelva a pasar, sufres ansiedad, pero no al revés.

Hace un año y medio volvieron a aparecer en su versión más heavy. Y aquí tengo que aclarar porque he dicho más arriba sin miedo a agacharme y es que aparecen súbitamente cuando me agacho. Un día poniendo la lavadora, otro jugando con Julia, la del hospital en urgencias con el absceso (ésta hay que contarla más detenidamente) y la última, dejando los zapatos en el zapatero.
Me agacho, siento que voy a desmayarme, pierdo la visión por un segundo y cuando vuelve a parecer, el corazón está a más de 200 pulsaciones por segundo. Es como un interruptor, como si enciendes la luz y aparece la arritmia, y tal como aparece se va, de la misma manera, súbitamente, otro interruptor y acaba la locura. Normalmente me duraba unos 30 minutos o más, donde notas que no puedes respirar.
Después de una de estas crisis empieza la ansiedad de ¿me agacharé y me dará otra vez?, el cuerpo contracturado y la incomprensión por parte de médicos y gente cercana.
En una de estas veces, tuve que llamar al 112 y prácticamente me trataron de madre agotada e histérica, que necesitaba descansar.

Por “suerte”, sé que era una problema fisiológico y parece que ya está solucionado. Por desgracia, según me comentaba la cardióloga muchas mujeres son tratadas con ansiolíticos e incomprensión por parte de médicos, cuando lo que tienen es lo que se llama fisiología de doble vía nodal. Explicado sencillo, el corazón hace un circuito erróneo al tener “otro cable” por el que no debería ir y cuando va por ahí se produce la arritmia. Tiene que ver con el circuito eléctrico del corazón. Con la ablación eléctrica se quema esa parte y ya no debería volver a suceder. Yo lo tenía en el centro del corazón por lo cual fue muy rápido y fácil de acceder.

Cuando te sucede esto puedes hacer varias cosas para controlarlo, apretar como si quisieras hacer caca o toser. Y la opción más heavy que te “reinicien” el corazón, que es lo que me sucedió en urgencias cuando estaba allí por el absceso de psoas. Notas que te vas y vuelves, es muy rápido pero una sensación que nunca olvidas.
Lo bueno es que allí me pudieron hacer un electro en el momento donde se ve la arritmia a más de 200 y el circuito erróneo que hace el corazón. Eso me ha servido para convencerme de que me tenía que operar y como prueba para justificar al mundo que es real (es mi sino, siempre justificando que lo que me sucede es real, como los 10 días en el hospital después de un mes con dolor y prácticamente sin andar).

Escribir esto era necesario por mí y para mí, soltarlo, gritarlo y llorarlo, y para ti, por si tú, mujer, lo sufres o lo has sufrido saber que no, no es normal y que no es tu culpa.



viernes, 10 de agosto de 2018

El día más triste de mi vida



El día más triste de mi vida no fue el día en que murió mi madre, sino unos días antes, cuando mi padre y yo llevamos a mi madre a urgencias y nos dijeron que le quedaban días.

Fue el día que la llevamos a casa para ver como se moría, y no por verla morir, lo haría una y otra vez con tal de estar a su lado, sino por saber que ya no había nada que pudiéramos hacer, que era irreversible, injusto y demasiado pronto para ella, para todxs.

Esa sensación de a mi no me va a pasar, desapareció y en su lugar se instalo la vulnerabilidad.
Igual que el que vive en paz y de repente una guerra se apodera de su ciudad y se ve obligado a huir, nunca piensas que puedes ser tú.

Ese hecho, más que ninguno, me impulsó a irme a Malta sin a penas saber inglés y sabiendo que estaría sola la mayor parte del tiempo. A tener una hija en Malta, sin ningún tipo de red, e irme luego a Sydney teniendo pánico a montar en avión, sabiendo que la vida es ahora.

El día más triste de mi vida me ha ayudado a seguir con la crianza que he creído mejor para Julia, pese a no ser la norma. A ser valiente y buscar el camino que mejor se adaptaba a nuestra vida familiar, que puede no ser el tuyo, pero no es el dado por sentado.

El día más triste de mi vida permitió buscar la vida que realmente quería vivir, no esperes a que llegue el día más triste de tu vida para vivir, la vida es ahora. O como diría la Carla adolescente que leía El Club De Los Poetas Muertos, Carpe Diem.

sábado, 10 de febrero de 2018

Simplemente carligochi, ésta soy yo.


Llevo un tiempo con la necesidad de escribir esto. Una necesidad creada por los constantes juicios a los que me he visto sometida. Si ya las madres son juzgadas constantemente y sin ninguna impunidad, una madre que no está dentro de lo que hace la mayor parte de ellas se ve abocada una vorágine de juicios que pueden llegar a hundirte, aunque siempre te vuelvas a levantar a la mañana siguiente.
Primero tengo que dar dos datos, Julia todavía no está escolarizada y la educación obligatoria está comprendidas entre 6 y 16 años, y otra cosa muy diferente es que la mayor parte de niños entren en la escuela a los 3 años con una falsa idea de que sino no socializarán. ¿Qué pasa con todos esos abuelos que no fueron a la escuela o fueron en edades más avanzadas?, ¿acaso son seres asociales?. A parte de que sea un manera muy artificial de socializar, sólo con un número determinado de niños que tienen que ser de tu misma edad y seguramente estatus social. Me imagino de mayor preguntando en qué año naciste, a no, lo siento, yo soy del 81, no podemos ser amigos. Algo que veo sucede en los parques producto de esa manera de clasificación.
Por otro lado, la necesidad de escolarización surgió en un momento dado donde la analfabetización era altísima y era una necesidad para una sociedad que ya no existe, ahora la posibilidad de acceder al conocimiento por otro medios que no sean la escuela es altísimo y mucho más rica. Pero eso es otra historia, y no voy a entrar en eso.

De lo que quiero hablar es de que tan válida es la familia que lleva a su bebé de 4 meses a la guardería, como la que decide no escolarizar hasta los 6 años, que repito es la edad obligatoria (pregúntense porqué en todos los países empieza en torno a los 6 años, acaso no deberían estar los niños hasta esa edad simplemente jugando)
Esa decisión es producto de circunstancias familiares, económicas y personales y debería ser respetada por el resto de individuos. Pero parece ser que en el momento en el que no haces lo que se espera de ti, das derecho al resto de individuos a que te juzguen cuando y como quieran. Algo que no se me ocurriría hacer cada vez que una madre me habla de a qué cole va su hija. Imaginaos que empiezo a soltar una charla sobre la perdida de libertad y movimiento, sobre lo artificial que es, sobre el aprendizaje guiado por el niño, por lo absurdo que resulta pensar en una hora de siesta igual para todos, como si fuésemos robots que se pueden programar. Pues no, no lo hago, porque esa familia ha tomado esa decisión porque es lo que creen mejor para su hija, porque hacerlo así dañaría a esa persona y porque no todos tenemos la misma visión del mundo o queremos vivir de la misma manera.

Cuando suceden estas cosas, qué cosas os preguntaréis, pues situaciones en las que tu hija es maravillosa, todo el mundo está encantado con ella, con su naturalidad e inteligencia, pero le preguntan por el cole, ella responde que no va al colegio y por arte de magia la niña que les había enamorado hace un momento empiezan a crecerla tres brazos por no ir al colegio, encoje y casi desaparece.
Cuando suceden estas cosas y acabo llorando en mi habitación siempre tengo ganas de decir lo siguiente:

Llevo más de cinco años acompañando a Julia. Antes de que naciese leí mucho sobre cómo se desarrolla el cerebro de los peques, las fases por las que ha de pasar y como acompañarla de manera respetuosa, y así lo he estado haciendo. En ningún momento me planteé que no iría al colegio, pero ella no estaba preparada, no era eso lo que necesitaba y yo seguí acompañándola. Aquí podría hablar de que es una niña muy sensitiva y con una sensibilidad impresionante, pero eso es otra historia.
Hoy en día ya está preparada y es ella la que ha decidido que es el momento. Lo mismo sucedió con dejar el pañal, la lactancia y muchas cosas más. Nosotros hemos acompañado su desarrollo natural que es único y diferente para cada niña.

En estos cinco años he buscado prácticamente a diario ofrecerle espacios y actividades que le resultasen atractivas al momento en el que estaba. Siempre usando la idea de tirar del hilo. Hemos hecho todo tipo de experimentos cuando sentía una especial atracción por el mundo de la ciencia, los cuales hemos complementado con visitas a museos y libros, siempre libros, muchos libros.
En su etapa de diseñadora de moda, cosimos, diseñamos, visitamos el museo del traje y seguimos investigando sobre la moda.
Hace poco estaba totalmente fascinada con la robótica y quería diseñar y programar un robot. ¿Qué hicimos?, aprendimos a programar, hicimos diseños de como quería que fuese.
Vamos a la biblioteca cada semana y cogemos 8 libros que leemos mínimo una vez al día.
Siempre pintamos, y seguimos pintando.
Cada noche leemos antes de dormir y por el día siempre buscamos un momento para leer.
Bailamos, vamos a parques y hacemos todo tipo de manualidades.
Julia ha escrito sus propios cuentos, con sus ilustraciones y su historia.
Cocina desde muy pequeña y ha hecho todo tipo de recetas.
Incluso hemos trabajado de forma más formal la lectroescritura y matemáticas a través de un aula virtual homologada en EEUU.
Y podría seguir llenando páginas enteras, porque me esfuerzo mucho, porque esto no es dejadez, es una decisión meditada que lleva mucho trabajo detrás. Hay un trabajo de observación para buscar el interés en cada momento, de búsqueda para poder tirar del hilo, de preparación y de ejecución y así durante 5 años. Y claro que tenemos temporadas en las que nos dejamos llevar y no hacemos tantas cosas, sólo hay que observar a Julia y saber qué necesita en ese momento. Pero dejad de juzgarme como si me quedase en casa porque fuese una inconsciente, precisamente es lo contrario, soy muy consciente de lo que el sistema educativo actual podría hacer con Julia. Estoy harta y estoy cansada de sentirme tan juzgada y sola. Así que hoy pienso gritar que estoy orgullosa de todo lo que hemos caminado estos 5 años y de como me he levantado cada vez que he acabado en el fango. De que ha sido muy duro a veces, por esa soledad a la que te expones si no estás dentro del sistema, pero que lo he conseguido, que soy una mujer muy fuerte y nada ha hecho que deje a un lado lo que creía era mejor para Julia en cada momento


La única manera de cambiar este mundo tan jodidamente podrido es dando la oportunidad a nuestros hijos de tener su propia vida y crecer como ellos necesiten crecer. Desde el amor y el respeto, y eso es lo que he estado haciendo.